He
descubierto el motivo por el que ya no tengo sueños por la noche. Los he ido
olvidando porque tú los has abarcado todos. Están en tus manos, en tu voz, en
tus ausencias, en tus retornos, en tu nombre y en tu sombra. Están en tu
cuerpo, como mis ojos y mis labios y mi locura.
Cuando
te vi a la salida de la oficina creí que eras un espejismo, una distorsión del
deseo de tenerte a mi lado. Sólo cuando me abrazaste comprendí que a veces la
vida nos presta destellos de alegría para hacer soportable este mundo. Y lloré
a pesar de tus ruegos. Lloré de tristeza y de felicidad. De tristeza porque ese
instante no era algo cotidiano en nuestros días, y de felicidad porque volvía a
acariciar tu amor con los dedos.
No
puedo explicarte lo que sentí cuando el sufrimiento de estos meses perdía
importancia ante el simple hecho de caminar juntos, de sentarnos en una terraza
a tomar un refresco, aunque estuviera lloviendo, aunque los demás se asombraran
de nuestro comportamiento porque eran incapaces de comprender que no
necesitábamos nada más que cruzar nuestras miradas para no mojarnos. Te amo tanto que me duele tu recuerdo.
¿No
podríamos repetir la ilusión? Ya sé que el viaje desde Zimbabwe a España no
resulta fácil y es costoso, pero me conformo con verte un fin de semana, un par
de días cada dos meses para tener una locura a la que aferrarme. Prométeme que
lo intentarás.
Te
quiero.
La Amante Imperfecta.
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