Olvido y Ezequiel entraron en silencio, azorados por
consumar un acto que ambos soñaron con realizar de forma diferente,
intentando aportar una pasión que hacía tiempo viajaba por otros senderos. Pero
Olvido no era mujer de quietudes y la apatía mostrada por su esposo no la frenó
en su decisión. Se quitó el vestido de novia, y ofreciéndole el vértigo de un
cuerpo de diecisiete años se plantó ante él.
.- No te pido amor, si ya lo tienes entregado, pero sí que seas lo suficientemente hombre para que esta noche me hagas olvidar la desdicha de amarte tanto.
Ezequiel la miró callado, enmudecido por los rayos de la luna que entraban por la abertura de la lona y plateaban la piel de Olvido, absorto en unos pechos alegres que nunca habían sido besados, emocionado por la respuesta de su cuerpo al imaginarse acariciando la ilusión que aguardaba entre aquellos muslos. Tendió su mano diestra, y esa noche, entre el aroma de las adelfas y los pétalos de hortensia, Ezequiel le hizo olvidar la desdicha de amarle.
El Soñador Ajeno.
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