Hay
personas que no creen en ti, pero yo te quiero.
Hay personas que no
creen en ti porque no te conocen, yo tampoco, por eso te quiero.
Y decidida a que el
mundo no te ignore por más tiempo, comencé a hablar de tus méritos con todo aquél que me
encontraba. El lunes le conté a un barrendero que habías inventado las caricias
y que te negaste a registrarlas en la propiedad intelectual para que fueran de
dominio público; me miró con excesiva seriedad mientras recogía una
papelera, pero su “¡Qué tío!” con el que zanjó la conversación, me hizo albergar
esperanzas de que su opinión te apoyará favorablemente en el sector de la
limpieza.
El martes a mi
compañero de asiento en el metro le dije que susurras a la mañana cuando es
noche cerrada y que madrugas para colocar un arco iris en las ventanas; tras
anclar una sonrisa durante dos estaciones que se hicieron eternas, me contestó con
acento rumano: yo buscar trabajo bonito como suyo, ayuda por favor, comprar
comida para mis siete hijos. Antes de bajarme le di un paquete de profilácticos
con sabor de fresa que te había comprado y un billete de cinco euros; por las desmesuradas
genuflexiones que hizo acompañándome hasta la puerta del vagón, creo que, gracias
a nuestra contribución para controlar su censo de natalidad, tenemos a la
comunidad de emigrantes rumanos en el bolsillo.
El miércoles, en una
manifestación en contra de los desahucios, interrumpí a un antidisturbios, que
golpeaba con profesionalidad a una anciana, para contarle que me has enseñado
que el amor es un juego de miradas que siempre pierde el que gana. Él, sin
cejar en su empeño de ahorrar una pensión a la administración, me contestó: ya,
ya, quédate ahí que ahora te doy lo tuyo.
El jueves y el viernes
estuve incomunicada en un calabozo de la comisaría, me acusaron de alteración
del orden público, de insultos a la autoridad y de peligrosidad social. Me
declaré culpable porque soy consciente de lo peligroso que es tu amor. Pero
antes de que el sábado me dejaran en libertad con cargos, escribí otra de tus maravillosas
frases en los muros del calabozo: una sonrisa ahuyenta los miedos y te regala
el mundo.
Hay personas que no
creen en ti, pero yo te quiero.
Un relato fresco ameno y original . ¡muy bueno!
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