Fumaba
sigilosamente, sin tragarse el humo, dejando que escapase de su boca en
pequeñas manadas blanquecinas de dibujos abstractos ansiosos de libertad;
manadas que se diluían en el aire de la habitación según iban ascendiendo hacia
el techo artesonado. A su lado Gabriela dormía el atardecer.
Por un momento tuvo la
tentación de besar con sus dedos aquella piel de nube y fuego; de posar sus
labios en aquel vientre sereno que se ondulaba hacia un placer infinito; o de
acariciar su espalda con susurros de amor. Pero optó por el silencio, por
deleitarse con su figura ribeteada contra una sábana que se sumergía entre sus
muslos. Observaba cada tonalidad de su carne, cada poro, cada línea trazada en
el folio de sus manos. Le excitaba pensar que sólo él podía gozarla en ese
instante mágico pleno de ternura; que en aquellos minutos era tan suya como su
propio nombre; que jamás nadie le podría robar la curva de sus pechos semiocultos
entre la ropa, ni el olor del sueño que ella respiraba.
Las líneas de sus
largos dedos dibujaban aquí un triángulo y allá un rombo. Por la parte de los
nudillos, las figuras geométricas se deformaban y eran difíciles de describir.
En la falange del dedo índice lucía un lunar, leve como un suspiro y sonrosado
como una virgen.
“¿Por
qué es tan perfecta?” – Pensó.
No encontró ninguna
respuesta. En realidad todos ignoramos el motivo por el que despertamos alguna
pasión en otra persona. Nunca sabremos por qué nos aman, ni comprenderemos por qué nos odian. Toda nuestra vida está llena de preguntas.
Preguntas que nunca sabemos responder pero que siempre son resueltas por alguien
que se cruza casualmente en nuestro destino; y ese alguien tiene un nombre que,
por primera vez, Amadeo arrullaba complacido.
.- ¿Qué haces? –
Susurró Gabriela entrecerrando los ojos al recibir la luz dorada que entraba
por el arco de la ventana.
.- Amarte.
Y ella sonrió
complacida, y le acarició con ternura, y le abrazó cuando él intentó
escabullirse porque tenía que ir a la feria, sujetándole con sus besos hasta
que la razón se volvió deseo, hasta que en el cuarto volvió a resonar el gong
de la alegría y los gemidos se quebraron como el cristal.
Ha sido un placer volver a reencontrarme con un pasage de esa preciosa novela que es "El soñador ajeno " sencillamente deliciosa .
ResponderEliminarGracias, Ana Isabel. Con tus comentarios es como si ya nos conociéramos. Un besote
ResponderEliminarQue el vivir solo es soñar, como diría aquél. Sí, Alfredo.
ResponderEliminarCon este fragmento del "Soñador ajeno" nos has recordado lo bonita que es la novela. Sin duda merece ser leída y disfrutar tranquilamente de sus hermosas palabras.
ResponderEliminar