Estoy
preocupado porque creo que mi mujer se ha vuelto loca desde mi metamorfosis en
Brad Pitt. Pensaréis que os estoy
hablando de una sensación interior, de una mutación psíquica, pero no, es una
realidad física: Yo no soy yo. Bueno, soy yo por dentro, pero no soy yo por
fuera. Permitidme que os ponga en antecedentes.
Hace un mes me levanté
de la cama y mecánicamente, como casi siempre, me metí en la ducha. Cuando
comencé a enjabonarme sentí algo raro, mi cuerpo estaba más duro de lo
habitual, la flacidez del estómago había desaparecido y entre la espuma me
pareció vislumbrar que tenía músculos. En principio lo achaqué a una mala
digestión, yo siempre he sido de músculo tímido, pero reconozco que me gustó la
dureza, la masculinidad del tacto, incluso llegue a recrearme con la esponja
más de lo acostumbrado; la placidez se acabó
al llevarme la mano a la cabeza con el champú y acariciar unas hebras sedosas,
suaves, ¿Pelo? ¡Mi calva tenía pelo! Tras lanzar un grito rozando la sorpresa y
el júbilo, salí de la ducha para gritar, esta vez de terror, al enfrentarme con
el reflejo desconocido de mi propio rostro en el espejo. ¡No era yo! No era yo
físicamente. Mis pensamientos estaban dentro de otro cuerpo. Yo hablaba como
yo, pensaba como yo, pero ¡No era yo! Corrí
despavorido por la casa esparciendo pompas de jabón por alfombras y muebles, lo
que acrecentaba la irrealidad de la escena, deteniéndome en el espejo de la entrada,
en el de la habitación, en la pantalla apagada del televisor, saltando de reflejo en reflejo para asegurarme
de que la metamorfosis no era un sueño.
Agotado, y sin saber qué actitud tomar, llegué a la conclusión de que
debía de tener un problema en la vista, y no de miopía precisamente, por lo que
decidí vestirme y salir sin más preámbulos a la calle para ver si los allegados
me reconocían.
El portero me lanzó
unos escuetos buenos días que me hicieron sospechar; el camarero del bar, aparte
de invitarme al café, me ofreció un
croissant crujiente cuando a diario me servía un bollo acartonado a punto de
jubilarse, pero lo que despejó mis dudas por completo fue el encuentro con la
vecina del segundo. En dos años sólo me había dedicado un par de bostezos en el
ascensor, apuntalados con un saludo de cabeza despectivo, y esa mañana me
regaló una sonrisa prometedora mientras me pedía permiso para sacarme una foto
con el móvil y me anotaba su número de teléfono en la mano. Después de recibir
un cachete en las nalgas y de conseguir, tras arduos esfuerzos, que me devolviera
la mano, volví a casa y aguardé angustiado a que mi mujer regresara del
trabajo. Y aquí comenzó la extraña sinrazón de Ana. Juzgad vosotros mismos.
Su reacción al entrar
por la puerta fue lógica: gritó. No esperaba menos de ella. Intenté calmarla
con amabilidad y cuando le expliqué que yo era su marido se tiró a por el
teléfono para llamar a la policía. Me pareció correcto, una medida sensata. Yo
le arrebaté el móvil y la cogí en brazos, gracias a mi cambio físico podía permitírmelo, con el fin de inmovilizarla y contarle con detalle todo lo que había ocurrido. Para terminar de convencerla, le susurré un secreto de alcoba que sólo
ella y yo conocemos y que éste no es el sitio idóneo para difundir. Ana se
quedó callada, enmudecida, acolchada en mi pecho que parecía un sofá de tres
plazas. Mi primera sorpresa se produjo cuando la solté porque, en lugar de
separarse, me agarró con desesperación y se arrebujó de nuevo contra mi cuerpo.
Yo achaqué al cariño, y a la agobiante situación, que para aclarar conceptos
acabáramos en la cama, y que los aclarásemos tan reiterada y exhaustivamente; pero me inquietó que el desánimo que ocasionaba en mí semejante cambio, ella lo
contrarrestara con una actitud cuanto menos positiva. Sin entrar en detalles
sobre el sufrimiento que causaría mi ausencia física a mis padres o a mi
hermana, problema que ella solucionó con un doloroso: tampoco te quieren tanto,
no exageres; os contaré lo más chocante.
Evidentemente no podía presentarme así en el trabajo, los guardias de seguridad
no me dejarían pasar y eso conllevaría mi fulminante despido. A mi mujer no
sólo no le importó, sino que aseguró que ella ganaba dinero suficiente para los
dos; que yo debía quedarme en casa y disfrutar de mi nuevo estado. Esa prueba
de amor me conmovió al principio y me intranquilizó cuando al día siguiente
cambió la cerradura de la puerta para que nadie salvo ella pudiera entrar o salir. En ese
“nadie” estaba incluido yo porque se negó a darme una llave y me prohibió
salir a la calle para evitar alarma social.
Continuó su argumento enseñándome una fotografía de Brad Pitt, entre escalofríos le confesé que parecíamos algo más que hermanos
gemelos, y alegó que si ese mencionado y famoso actor se paseara por Madrid,
armaría tal escándalo que correría peligro mi vida, ya que ocupar un cuerpo
ajeno está severamente castigado por la ley, y de nada valdría esgrimir mi
inocencia en el intercambio dado los beneficios obtenidos.
Analizando las horribles
para mí, y maravillosas para mi mujer, circunstancias, llegamos a la conclusión
de que si yo tenía el cuerpo de Brad Pitt, Brad Pitt, lógicamente, debía tener
el mío. Obviaré el comentario jocoso que hizo sobre la pobre Angelina Jolie
para centrarme en el análisis. Mi obligación era ponerme en contacto con el actor, aunque fuera
viajando a Estados Unidos, para intentar remediar cuanto antes el desagradable
suceso. Ana se negó rotundamente basándose en la dificultad que entraña
contactar con esos americanos, y añadiendo que ¿cómo iba a salir del país si en
mi pasaporte la fotografía era de mi anterior estado físico? Ahí me desarmó. Sólo podíamos esperar a que se pasara el
efecto de la metamorfosis y mientras vigilar con atención la próxima película
que estrene el actor para ver si está utilizando mi cuerpo en beneficio propio.
Desde entonces vivo
recluido en mi casa, machacándome en un banco de pesas profesional que me ha
comprado porque según ella sería de ingratos devolverle el cuerpo achancletado, o sea pasado de
peso como era el mío, haciendo un régimen durísimo y aclarando conceptos cada noche en la cama, conceptos que yo desconocía por completo, y que prefiero no preguntar
cómo los ha descubierto. Ella está más feliz que nunca. Ayer me regaló varias
sudaderas con capucha y unas gafas de sol para sacarme a la calle por la noche.
De ahí mi preocupación del principio, tanto concepto, tanta pasión, tanto
secretismo, tanta entrega… ¿Se habrá vuelto loca?
Os seguiré informando, pero ¿no os extraña que durante este mes no
hayamos sabido nada de Brad Pitt?
Ay ay ay....esa mujer es muy liiiista
ResponderEliminarJajajajajajajaja!!!! Buenísimo. Y por favor... Que te deje salir para ir al trabajo a mediados de Marzo!!!!
ResponderEliminar¡Buenísimo! ¡Qué suerte tiene esa Ana!
ResponderEliminarDale mi enhorabuena a Ana
ResponderEliminarMuy bueno y gracioso.
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Te invito a mi blognovela negra que llevo escribiendo desde hace dos meses y no me va nada mal.
http://retratodeunasesino.blogspot.com.es/
Bueno, muy bueno. Espero que consigas salir de casa, a lo mejor es contagioso y nos alegras a todas el día.
ResponderEliminarJajaja me encanta tu sentido del humor... Me has hecho pasar un muy buen rato......Brat
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