Se encontraba corrigiendo el último capítulo de la novela cuando sus ojos
quedaron hipnotizados por la pantalla del ordenador. Los primeros en
desaparecer fueron los nombres, poco después los adjetivos cejaron en su empeño
de expresar cualidades, segundos más tarde los adverbios permitieron que los
verbos transitaran por las líneas en la más terrible soledad: la soledad del
verbo. Al segundo parpadeo, lo único que no se había volatizado de los folios
informáticos eran los signos de puntuación. Las comas se evaporaron con cierto
movimiento anárquico en su distribución; el punto y coma estaba acostumbrado al
olvido y se fue sin rechistar; los signos de admiración se sintieron humillados
por enfatizar el vacío y salieron disparados como cohetes; los puntos formaron
una línea interminable que se vio frenada por las interrogaciones, siempre
indecisas, siempre preguntando, siempre sin respuestas.
Entonces giró su cabeza hacia la derecha y allí estaba ella. Recostada
sobre su memoria, ausente de su amor, negándole cualquier sentimiento de
alegría. Y lo comprendió todo. Apagó el ordenador y salió a la calle a respirar
un aire que no le envolviera con sus recuerdos.
Nunca podría escribir nada que no fuera para ella. Su amor no sólo le
había requisado el presente y la posibilidad de imaginarse un futuro, le había robado hasta sus propias palabras.
Uf! Una pesadilla para cualquier escritor...
ResponderEliminarFeliz año!
Cielo, si tienes la moderación de comentarios quita lo del código ese, que hay que hacer un master para acertar...
ResponderEliminarNo sé a qué te refieres, voy a mirarlo. Gracias.
ResponderEliminarMuy interesante. ¿Qué escribir si ya no existe ese alguien o algo que te inspira? Habría que salir a crearlo fuera, en el día a día. Me gustó mucho.
ResponderEliminarMe ha encantado esta dedicatoria a las musas, al menos así lo he interpretado yo.
ResponderEliminarDe vez en cuando pon al lado del ordenador algunas galletas de jengibre, ¡las atraaaae! y a los verbos algo de anís, verás que detrás llega el resto...
Un saludo.
Mónica