Ignoraba
los motivos que la llevaron a involucrarse en la historia. Quizá fuera por
aquella mirada de admiración que se encontró resbalando por el espejo del
ascensor, mirada que él se apresuró a esconder con timidez cuando se sintió
descubierto. O tal vez que días más tarde se le había agregado como amigo en facebook
y sin pretenderlo, ya que sólo lo usaba para hacer bromas con las amigas, se
sorprendió con la necesidad de volver a
casa para ver que había colgado esa tarde en el muro. Mientras preparaba la
cena sonreía recordando los chistes, o repetía en voz baja la frase que había
adjuntado a una imagen de ensueño. El caso es que desde entonces, sin precisar
grandes cambios, su vida había dado un giro insospechado. Ya no se sentía
invisible. Alguien la miraba, la deseaba, pensaba en ella.
La historia se
precipitó una tarde que salió pronto del trabajo. Un encuentro casual, un
saludo embarazoso, un roce que se convirtió en caricia y unos labios que se
negaron a separarse a pesar de haber llegado al punto de destino.
Habían pasado dos meses
y suspiraba de felicidad con cada minuto que acariciaba a su lado. Apenas un
pequeño nubarrón enturbiaba la alegría de sus encuentros: la idea de que su
marido se enterase. Pero ahora sentía en su corazón la fuerza de saberse
protagonista de su vida, y no iba a permitir que la culpabilidad la relegara al
ingrato papel secundario en el que había vivido hasta que se atrevió a
conocerle.
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