que no me impidió ser deseo en tu cuerpo
cuando me escondías de atardeceres ajenos
para comerte el pan ácimo que bendecía mi pecho.
Llévate el grito
que rebosaba tu garganta
hasta quebrar las venas de tus creencias
diluidas entre los latigazos de mis dedos.
Llévate el cuchillo
que clavabas en mi costado
para que su marca no te arrugara las mentiras
que pronunciabas de regreso a tu cueva.
Llévate la lengua
que destruyó los infiernos
dibujando explosiones de universos lejanos
en la piel de mi memoria.
Llévate las mariposas
que brotaban de mis ojos
cuando creía que tu mirada
sólo se crucificaba en mi espejo.
Llévate la oscuridad,
tu miedo, mi ternura,
nuestros sueños,
llévate la soledad,
tu guerra, mis manos,
la nieve de tus párpados,
llévate mi llanto
pero deja que el mar
se aprenda tu nombre
para que las olas
griten tu recuerdo.
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