Había
perdido la sonrisa ante la amenaza de un adiós que con el paso de los días, y
amparándose en el aviso, se había consolidado en la bofetada de un “necesito
vivir mi vida”. (Según el libro Guinnes, ésta es la frase más repetida en las
relaciones de pareja seguida de cerca por “no podría vivir sin ti” ¡Qué nos
gusta mentir!) Al principio no me pareció un extravío excesivamente grave, hay
gente que lleva de serie un gesto hosco grabado en el rostro y recibe
subvenciones, incluso se le considera intelectual por su seriedad en vez de por
sus conocimientos, sardinas hay para todos los gustos y si no, dale al boquerón.
La preocupación inició su trabajo de acoso y derribo al percibir que los amigos
comenzaban a retroceder amedrentados cuando me saludaban; careciendo de sonrisa
mi intento de recibirles con una mueca agradable se convertía en el amago de
mordisco de un vampiro trasnochado. Si conocierais
el filo de mis colmillos indignados vosotros también os asustaríais.
La chaqueta que llevaba
puesta en la despedida fue el primer objeto de mi búsqueda, pero sólo encontré
un par de besos con la fecha caducada y una caricia de mi perra que llevo
habitualmente para consolarme en situaciones desesperadas. Tras revisar los
armarios, la nevera y un altillo donde había escondido los recuerdos, incluido
un tirón de orejas del único cumpleaños que sufrimos juntos, me fui a la
biblioteca; entre García Márquez y Almudena Grandes hallé un hueco con talento
pero estaba lleno de lágrimas de admiración; la ironía de Kundera me irritó, el
sarcasmo de Allen me acomplejó y la ternura de Maalouf me hizo pensar que la
sensibilidad es maravillosa… para la literatura.
De repente, en la
pantalla del ordenador apareció ella, con la mirada traviesa y el pelo enmarañado, indicándome con
los dedos pulgares que levantara el ánimo, que la felicidad no se encuentra en
lo que te rodea, que el amor es un modo de vida no una excusa para sufrir, que
los peines no son necesarios para el alma.
Y en sus ojos encontré mi infancia, en
su ingenuidad mi ilusión, y en su sonrisa, la sonrisa que había perdido. La sonrisa del mundo.
que grande Alfredo,y esa preciosura de la foto hermosa! volver a ser cómo ellos es nuestra única salvación ,¿no podremos?,grande
ResponderEliminarNo hay nada más limpio que lo sonrisa de un niño, nada más bonito que su mirada de sorpresa sin entender porque hemos dejado de ser como ellos.
ResponderEliminarCreo que lo que nos pasa es la perdida de la inocencia...La vida no siempre es color de rosa,Lo grandioso es que siempre hayan niños que nos recuerden la infancia.Precioso texto,una entrada fantastica.!!
ResponderEliminarBeso y abrazo,
Idolidia.
Que precioso, y la foto enternece. Mí mente suele viajar mucho a la infancia, quizas porque es un lugar donde me gustaría regresar.
ResponderEliminarNo soy nada nostálgica, pero tu entrada me ha arrancado un suspiro de añoranza. Gracias, Alfredo
ResponderEliminarPrecioso,Alfredo.
ResponderEliminarQuien más y quien menos tiene de esa tela un traje.Besos
Perder la sonrisa es, sin duda, trágico y bastante común. Recuperarla puede ser accidental o el proceso de un trabajo diario, íntimo y mucho mas fácil de lo que creemos. Buscarla es mágico. . .siempre. Y precioso, Alfredo. Gracias por hacerme participar de ello.
ResponderEliminarLa sensibilidad no solo es buena para la literatura, y deberíamos esforzarnos en no perder el tiempo lamentándonos, sino emplearlo en buscar motivos para una sonrisa, seguro que todos los días encontramos alguno porque siempre hay razones para, al menos, una :)
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