viernes, 20 de diciembre de 2013

Los pies y el amor


Supe de la mañana porque busqué su pie entre las sábanas y no lo encontré. Siempre había sido insolidario con mis necesidades pero ese fue el pisotón que hinchó el juanete. 
Salí a la calle con la urgencia que imprime perder la frontera que separa la soledad del cariño. La primera zapatería estaba desierta, era demasiado temprano para que un establecimiento de lujo tuviera clientes; en la de la plaza, dos señoras se probaban chanclas en unos pies achatados y con las uñas descascarilladas en un rojo anterior a la crisis. No niego que me impacientara pero no perdí los nervios.
La suerte me sonrió en la zapatería de la avenida: un hombre se probaba unos náuticos. Tenía el pie estilizado, elegante, sin rozaduras. Los dedos poseían la proporción adecuada para infundir serenidad. Era un pie con clase, de los que lucen en unos mocasines de piel o en unas sandalias de verano. Me senté y quitándome un zapato coloqué mi pie al lado del suyo. Hacían buena pareja. Los meñiques hicieron un leve movimiento de sorpresa al verse juntos en el espejo del suelo. Ese detalle me hizo albergar esperanzas. Luego todo ocurrió muy deprisa, el señor me miró y yo le sonreí. 
No recuerdo quien invitó al otro a ir al podólogo, pero nuestras huellas ya no se separaron.     

¡Cuánto amor hay en el roce de un pie!


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