Nos
roban el aire y aguardamos mansos de espíritu, rezando para no salir agraciados
en el sorteo de desahuciados. Nunca se nos ha dado bien rezar, yo poseo un
rosario que odia las letanías, pertenecía a un obispo que prefiere enumerar
cuentas corrientes a invocar a los santos. La oración, al contrario que los
billetes, no encuentra acomodo en los bolsillos, se doblan los ruegos y se
mezclan las intenciones, sobre todo si la aconsejan desde púlpitos celestiales. Clamar
a la pobreza desde balcones de oro debería purgarse con penitencia y destierro:
666 padrenuestros y un “comienza dando ejemplo”. El mundo es extenso y la
miseria no se combate abriendo las ventanas de palacio para esparcir su hedor.
Añoro otras
revoluciones, y quizá hasta el silbido de las balas. El enemigo mostraba su
rostro y tú sabías a quién odiabas. En este desaliento que nos dan para
desayunar, te esconden su nombre con máscaras compradas en mercados financieros,
y no me fío de los apellidos que se empeñan en ofrecernos: crisis, corrupción, recortes.
Demasiado repetidos a lo largo de la historia para creer en su culpabilidad.
Quien no agradece el roce del poder, siempre ha elegido la compañía de los
López, Fernández, incluso de algún García, aunque fuera compuesto. Para esta
gente sencilla, la ingeniería macroeconómica es sinónimo de estafa, y sólo se
preguntan que si es el fin del capitalismo, ¿Por qué sólo se salvan los capitalistas?
Nos estamos quedando
sin sogas que tensar para que el miedo les obligue a respetarnos. Echo de menos
a los mineros que dimos la espalda con un aplauso, y a los obreros que
despedimos cuando nuestra burbuja no necesitaba más aire, y a los interinos que
fueron al paro mientras mirábamos hacia otro lado, y a los médicos que
tachábamos de privilegiados, y a los maestros
defensores de que la educación no es un lujo; ahora los entendemos,
cuando comprobamos que nos han enseñado a dividir para que se nos olvidara
sumar. Todos juntos sumamos una barrera, por separado seremos la resta de una
utopía fácil de saquear.
El plan continúa
invadiendo países sin necesidad de mostrar un fusil, la violencia también resulta
desagradable para los que no se manchan las manos cavando sepulturas; sus
cómplices nos enseñan Chipre, isla de nadie y de todos, tan lejana que sus
lamentos se pierden en la avaricia, tan lejana que no se merece una mirada de
apoyo. Chipre, otra batalla perdida que, según ellos, nos acerca más al final.
Pero si nos miramos a los ojos para unir nuestros miedos, puede que sea el
principio. Que no te engañen, la solidaridad no es un sueño, es una obligación.
Cuando no permitamos
que nadie juegue con nuestra hambre, seremos libres.
Estupendo escrito,Alfredo.
ResponderEliminarGracias, Amparo. Un abrazo.
ResponderEliminarSólo puedo decir una cosa "A M E N ".
ResponderEliminar¿Para cuándo una respuesta contundente y masiva?
ResponderEliminarPerfecta y grande tu verdad.
ResponderEliminarTu prosa duele, afilada u veraz como mi katana.
ResponderEliminarLa diana, la sociedad. El punto de mira, la vida. El mal endémico, las religiones. La opresión, los políticos. La misericordia, inexistente...
De lo mejor que he leído hoy. Un abrazo, Ann@
PD. Por cierto, esa imagen la había separado para un poema. Pero, como sólo la pude guardar en pequeño, me decidí por otra. ¡Casualidades del día a día!
Grandes verdades! Quizás para ser libres tendríamos que perder esa conformidad que nos paraliza.
ResponderEliminar