.- Yo te quiero a ti,
te he querido siempre. – El adverbio apenas se escuchó, el micrófono se le
había resbalado de las manos ante el giro inesperado de las miradas con exceso de
nicotina que llenaban el seminario para dejar de fumar en aquél conocido hotel. Incluso
escuchó el crujido de algún cuello adicto a la escayola; ese sonido la acompañó
al borde del desmayo.
¿Por qué se atrevió a
pronunciar aquella frase?
Cuando decidió acudir al seminario lo hizo con la
clara intención de pasar desapercibida. Sólo deseaba verle otra vez después de
tantos años, volver a ver aquellos ojos con universo propio, aquellos labios
carnosos que aseguraban la felicidad de cualquier mujer. Se había instalado en la última fila y al
verle aparecer con su método en la mano y una ovación en el ego, sintió la
punzada del destino clavándose en su pecho. ¡Estaba más guapo que nunca!
Incluso la voz, esa voz en la que ella colgaba los te quiero para escucharlos
en soledad, había ganado cuerpo con el tiempo.
Imbuida en el pasado,
las palabras revoloteaban sin que apreciara su relevancia. “Este método se
consigue gracias a la efectiva combinación de Hipnosis, PNL, Psicoterapia
y Coaching” “Mi objetivo es ayudaros a conseguir la vida que deseáis,
necesitáis y os merecéis”. De repente, comenzaron a pasar el micrófono a los asistentes
para que expresaran en voz alta su voluntad de dejar de fumar. “Yo quiero dejar
de fumar” “Yo quiero dejar de fumar” “Yo quiero…” Cuando la azafata le entregó
el micrófono, ella recorría antiguas caricias por las esquinas de su memoria.
.- Yo te quiero a ti,
te he querido siempre.
La azafata, con las
cejas tocando techo, aprovechó el embarazoso silencio para recoger el micrófono del suelo.
Él se acercó despacio, con el rostro pálido por la falta de sangre. Al llegar a
la butaca se arrodilló para estar a su altura.
.- Yo te he estado
buscando sin saberlo. – dijo en un murmullo que obligó a los fumadores a
estirar tanto su maltrecho cuello que dudaron entre pagar el seminario o acudir
al fisioterapeuta. Después, acarició su mejilla y la besó con aquellos labios
carnosos que aseguraban la felicidad de cualquier mujer.
El brinco que pegó en
el sofá de casa bien pudo proporcionarle una hernia discál de difícil
operación y peor tratamiento. Sobre la mesita descansaba un periódico abierto
por el anuncio de un seminario para dejar de fumar. Los ojos con universo
propio la desafiaban desde la fotografía. Tuvo que respirar varias veces para calmar
una excitación tan inesperada como emotiva; a la derecha su marido continuaba
durmiendo la siesta.
En un acto reflejo, le
cogió el paquete de tabaco y encendió el primer cigarrillo de su vida. Con tres
caladas dejó el filtro entre espasmos y a los pulmones mandándola al psiquiatra
por el humo tardío. Sin atender súplicas, encendió con nerviosismo el
segundo, necesitaba una coartada para acudir al próximo seminario.
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