Hay
musgo en el sonido
que aún ignora nuestros nombres.
Hay océanos en las manos
que distancian nuestra soledad
hasta un silencio ajeno a los vientos.
Háblame, dime tu nombre
y no morderé los párpados de esa amapola
que se eleva hacia el relámpago
para sentir que queda sangre en los labios.
Dime quién eres
y mi corazón crecerá como el trigo en primavera
hasta inundar de cielos tus ojos,
dime dónde me aguardas
y allí colocaré la cintura del universo
para que tu voz grite sin horizontes
cuando mi boca sea canción en tu pecho.
Desalójame el alma
que desconoce la madrugada en tus latidos
y amaré el rostro que ladeas hacia la luna
amaré los besos que duermes,
te amaré… sin memoria del olvido.
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