Hoy he empezado el día
cruzada. Nada más levantarme he sorprendido a mi abuela bebiéndose el agua del
florero; al parecer le dolía la cabeza y, como mi madre echa aspirinas para
conservar las flores, ha pensado que un trago le quitaría la resaca. Lo peor de
todo es que las flores son de plástico. Mi hermano y su novia estaban
discutiendo en el salón porque sus amigos han encontrado un vídeo casero en
youtube, donde lo único que no le hace a un chino es un rollito de primavera; el
idiota comenzaba a tragarse que es una nueva modalidad de Tai-Chi cuando el
perro de mi futura cuñada se ha lanzado a morderme los tobillos, y porque le he pegado una patada querían denunciarme a la
sociedad protectora de animales. Estoy harta. Por lo menos la patada ha servido
para que se olvidaran de los cuernos y empezaran a discutir de cómo
comercializar el vídeo a medias. Buscando algo para desayunar abrí la nevera,
pero dentro no quedaba ni frío. La crisis está destruyendo a mi familia. Menos
mal que apareció mi padre corriendo, exhausto, como si le persiguiera la pasma.
Traía una caja de donuts caducados que había robado en el super. Estaba tan emocionado
con la idea de hacerse un forajido para alimentar a su gente que, por no quitarle
la ilusión, me he comido uno mientras él me miraba con los ojos chispeantes.
Ahora voy hacia el
trabajo, a pagar los donuts de Billy el niño, porque soy la cajera de ese super
y seguro que algún compañero lo ha reconocido. ¿Y yo quería tener dieciocho
años para esto? ¡Cómo me venga una señora sin cambio se va a enterar!
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