Qué
no daría
por alcanzar el vuelo de esos ojos
que sin mirar, miran los míos.
Qué no daría
por ser la luz de tu desnudo
y besar el muro ciego
con la pluma de un gemido.
Por ser sonrisa en tu sonrisa
cuando el musgo se contrae
y dibuja mapas de tesoros
en los codos dormidos de las nubes.
Qué no daría
por volver a conocerte,
por conocerte como si no te conociera
como esa tormenta
que desde siglos nos sorprende
con sus pezones de agua caprichosos
y desde siglos la creemos nueva.
por ser mano en tu camino
y no aguardarte al final del verso.
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