Dejad
que quiebre el aire
que no sea aliento en la caricia,
el aire que no adivine el peligro
de una sonrisa distraída en la nuca.
Dejad que olvide estos ojos
que arrastran con su lumbre hacia la noche
y convierten en horizonte los cuerpos.
Dejad que ame
no sólo el desnudo sino la espuma,
el sonido que se yergue estatua en un pecho
y hace de la piedra su canción
por no acumular el dolor de luz que lo ignora.
Dejad que ame con los oídos
con la piel,
con el verbo,
que ame las caderas anchas de la aurora
o el estrecho talle del lirio,
dejad que ame al ser
pues en él existe el fuego del mundo,
la alameda azul donde siempre somos
y ya nunca seremos.
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