Para
qué queremos un verso
si no dispara a la nuca,
si no te devuelve los ojos que huyeron
detrás de la arcilla
detrás del viento,
de la arcilla y del viento que fuiste
cuando el sol era rojo
y la noche no cabía en los relojes.
Para qué queremos un verso
si no engendra una horquilla
donde puedas colgar ilusiones
o plumas heridas
o dudas que olvidaste en el cuello
rogando que estallaran con la luz limpia de abril,
si no puedes utilizarlo como arco
y lanzar el esqueleto de un sueño a las nubes
para que caiga pulverizado con las primeras lluvias
cuando la madrugada sea agua y agua tu piel.
Para qué queremos un verso
si no te peina la carne de melocotón
hasta que tu cintura se estreche
como túneles de luna
al presentir que el deseo es posible.
Si no te ahoga
con el sonido de otro cuerpo
que sobre la timidez de tus hombros sonríe
esperando que la montaña
se haga caricia en tus manos
y gemido en una boca tan agotada
que suplique la quietud de un párpado
o el aire olvidado por los pájaros.
Para qué queremos un verso
si crees que la flor solloza
sólo porque es una flor.
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