Hablar
con cadáveres resulta agotador
se agarran a unas buenas
noches
para confesarte sus
deudas de amor.
Yo, que siempre he sido
de pies descalzos
y me duele hasta la
piel de los zapatos,
suelo invitarles a un
trago largo de ron.
Los muertos no resucitan
con el alcohol
pero con una copa se acodan
en la sepultura
para ver desfilar huesos
más afortunados.
Creedme, no pretendo ser exagerado,
entre fémures y tibias
adquieren soltura
para narrar con detalle
sus amores fracasados,
y alabar el sensual
paseo de un coxis fracturado
es el inicio de sentir
en tus huesos la locura
de haber fallecido y
continuar enamorado.
Hablar con cadáveres resulta
agotador,
relegarán el nombre de
sus verdugos
la firma cruel que los
mandó al paro
incluso la voz agria de
su antiguo amo,
pero jamás olvidarán
aquel beso negado,
la caricia
convertida por el
viento en arañazo
los ojos
nublados por otro
canalla braguetero
la luna
que les hizo añicos en
un mes de enero
la tarde
que sonreía esquivando
su abrazo
las sábanas
en las que fue
bendecido por labios embusteros
el adiós
que le cruzó la cara
como un latigazo.
Hablar con cadáveres resulta
agotador,
nunca asistas a fiestas
en el cementerio
si aún sigues creyendo
en el misterio
de desvelar los arcanos ocultos del amor.
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