la transparencia de las palabras
se quiebra los verbos
contra tu mirada que ignora.
No existes en las manos que te sueñan,
en las manos que codician tu espejo
y morder la dulzura deshabitada
que languidece en tu pecho.
No existes en su ventana.
No existes en su lengua.
No existes en su madrugada.
No existes en ti.
Alojada en ese ángulo de la vida
que ni el viento conoce,
asistes al suicidio de tu piel
mientras pájaros ciegos aletean
la furia del deseo en tus pupilas.
No te duele la rotura de sus cuellos
sino el miedo a vestir sus plumas
y sentir entre los muslos peces olvidados.
Desentierra de las sombras
las bocanadas de placer ahogado
grítalo
gímelo
ámalo
desgárrate en las caderas de la niebla,
pierde el pulso en otra almohada
que la escarcha de los suspiros
ni consuela al verso, ni es sagrada.
En la quietud de un segundo
el amor es eterno.
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