Una
mujer ocupa silencios,
silencios que la vida calla
con los cantos impares
de un jilguero que desconoce el vértigo.
Tiene hambre en el pecho esa mujer,
desdicha o hambre
por la piel que no supo desvestir una promesa.
Son suyas las horas que entiende mi noche
y los océanos rotos como sílabas
por gritar que una rosa fue el principio del mundo.
Yo la amo –siempre–
ajeno al azar de hojas sueltas,
ajeno al azar de hojas sueltas,
en la oscuridad de un corazón sin tiempo.
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