Soy sombra de la oscuridad
que llenó de cenizas
el vuelo de tu pie huido.
Mi cuerpo es sólo un hilo
enredado en las
memorias
de un párpado ciego
que se niega a otro rostro.
La luz es capricho de pupilas felices.
El olvido ya no vive en mí,
ocupas su silencio
con el dedo de una pluma
que tañe música en la arena,
que eclipsa el rumor desafiante
de una boca entre pechos
ya nacidos a las manos.
Qué melocotón era la piel de tu carne.
Vivo sospechando que te respiro,
vivo descolgado de un grito
que aguarda la palabra redonda
para convertirse en sueño.
¡Qué labios fueron los míos en tus labios!
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