¡Ay,
Constantinopla!
Qué frágil es la memoria del beso
que en otra boca olvida unos labios.
Nostalgia se escribía con tu nombre
con las sílabas de mi amor o te quiero,
y la tinta perpetuaba una costra
que era acantilado para los latidos del mar.
Ahora sólo escribo Constantinopla
para no masticar el dolor sin orillas
por los anchos pasillos que juega la noche.
¡Cuánta levedad,
Constantinopla,
en los rostros que ya son pasado!
Me levantaré en ese grito no nacido
en busca de gargantas que sepan volar,
allá donde la voz se construye en la sonrisa,
donde el aliento no concibe gemido
y los peces eligen las aguas,
allá musitaré en lo opaco de mi pecho
¡Cuánto te Constantinopla!
Y dejaré de cambiar el corazón de sitio
para que no muestre la tristeza que asoma,
abriré el horizonte por la cintura de otros senos
que conocerán el mundo desde mi boca
y en los universos tibios que propone la piel
hallarán sentido mis manos.
¡Qué pena, Constantinopla,
que entera quepas en un dado!
Nostalgia se escribe Constantinopla.
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