miércoles, 16 de octubre de 2013

El frío de una palabra sin acento


Dejamos sin vivir el mes de mayo
y nos ha sorprendido el otoño
con ese cojear amarillento
de las lisiadas horas del calendario.
No es el frío de una palabra sin acento
lo que nos hace añorar el verano,
sino el peso ofensivo de las mantas
donde se acumulan los sueños
como perfiles de ojos abiertos.
Demasiadas sombras en la espalda
impiden saltar las cornisas del viento. 

Tal vez deberíamos abandonar la ciudad
y poblar nuestros cuerpos
con memorias de la primera mirada,      
con el paisaje de aquellos abrazos
que hoy se astillan en el olvido.
Tal vez deberíamos huir de esas fotografías
que nos encierran en una sonrisa saturada
y ser ráfaga del pájaro que no necesita calles
para volver a casa tallando la madrugada.
Nacer sin el hastío de haber nacido.

No es el frío de una palabra sin acento
lo que aumenta el desdén por la vida,
sino la cita ineludible con el espejo
cuando la almohada se niega
a ocultar nombres que ya no existen.




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