Cuánto
dolor en el amor que no fue y pudo haber sido.
Cuánta angustia en el amor que no debió ser y fue.
Desde esta bóveda armónica
donde nada existe porque ya Todo es,
donde los sentimientos desconocen la gravedad
y mi voz clandestina es una constelación sin
consuelo
cedo una mejilla.
Cedo una mejilla fulminante como un beso en vena
a los pájaros que no juzgan sobre mis hombros
siderales
a las miradas inocentes que cuelgan de las cerezas
a los que no apagan su sed en el vientre amado.
No temáis la fatiga de un pie en la nieve,
despertad al estruendoso silencio
que desde la cima carente de puntos cardinales
atravesará vuestro indómito torso
con el principio del Verbo y una eternidad.
Despojaos del caparazón del mundo para ser mundo
y en la esencia de su quietud hallaréis paz.
Oh, loco poeta sin versos
tanto amor desbocado en tus sienes de ruiseñor
y la vida sólo era reflejo.
FIN DEL CANTO II
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