Entre
la voz brusca de una mano poco dócil
me excita tu posibilidad,
recuperar los ángulos muertos de tu rostro.
Sí, hablo contigo que me lees añorando la lluvia,
a ti te entregaré amor y olvido
simulando el diálogo eterno de los dioses.
Habitemos la metáfora, desnúdate en mi boca
hasta convertirnos en un grito que estalle en
cristales
incapaces de sostener un pensamiento.
Calla nuestros nombres
yo me ignoro y no ambiciono conocerte
sino deshacer la tregua del naufragio
rompiéndote el pasado a besos,
susurrando sobre tu pecho aún desafiante
que el centro del universo se recoge en tus piernas,
el creador de verbos que juega a ser mente
cuando se le rinde una lengua sin condiciones.
Te inclinas iluminando lunas con el deseo que callas
y mi carne te reconcilia con los gemidos,
empapado en tu saliva soy hombre entre los hombres.
Tuya es toda la memoria de mis labios
y arqueas la espalda con vocación de cicatriz en el
aire.
Por un instante amo, amo la belleza de tu
laberinto
el vaivén apocalíptico de tus caderas convulsas
las manchas de carmín inmortales.
Tus uñas muestran el precipicio y busco con
desesperación el [vacío
confundirme en la niebla que cruza tus ojos.
Las voces exhaustas arrancan metralla del alma
y nos desplomamos con un sabor vehemente en los
bordes.
Silencio. Silencio. Silencio.
Recoge las sombras y olvida la cintura que traspasó
la noche,
en el costado soy inhabitable.
Si te extraño siempre podré cerrar los ojos
y recuperar los pedazos de aliento que cayeron al
suelo.
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