domingo, 22 de marzo de 2015

Exiliado de la golondrina que habitó el pecho


Que mi pie te halle
entre las azules arenas de las nubes,
yo abandono esta batalla
exiliado de la golondrina que habitó el pecho,
aquella que insolente descifraba atardeceres
devorando el pan de mis mejillas.
Amo tanto en el olvido
que los días no me conceden su nombre.
Se me ocurre un juego, un juego de exiliados
  –o  quizá sea  una vida– 
                                        se me ocurre soñar que eras tú,
tú aquella que con los muslos, enroscados como sortijas de barro,
dictaba el giro de mis caderas.
Tú, que inventaste el silencio de las amapolas
suplicando que el deshielo hiciera lecho al principio de mis manos.
Tú, tan poderosa como la pluma de los cisnes,
que naciste en mi hombro de sábado y aún hoy te miro.

Ven, instaura el sur en mi piel,
enséñame a deletrear el fuego con tu lengua en mi voz,
acerca la primavera desde el vértigo 
a quien ya te amó antes de amarte.



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