En
la oscuridad recién cortada
me entregué a la eternidad de su nombre,
llené el espacio de aquel grito que me amó
con el lenguaje de las estrellas dormidas
-desde el borde de un dolor que se siente único-
con mi voz que fue suya cuando el beso ignorando fatigas
recorría nuestro cuerpo desde los trópicos.
Y en ese vivir atónito de dos siglos o de una tarde
sobre su pecho de golondrina
descubrí que el mundo perdía la geometría
para extinguirse en mis hombros.
No me habléis de cielos
yo estuve en su piel.
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