A
veces sonrío o incluso canto –muy despacio-
pensando en los que no
están
y siempre fueron –aquellos-
su nombre agita la
lluvia
mientras cuento
atardeceres
como trenzas hermosas
de asombro.
Son las doce de la
noche
hora en que el orgullo
se convierte en nostalgia
y la verdad se aleja de
uno mismo.
Tenía tanta prisa por
amar
que confié en la
ambición del olvido,
en el pudor de la
niebla
que hace la vida tenue
en el párpado
pero irresistible bajo
el trazo del lápiz
que nos dibuja el
verano desde un aroma,
desde ese piano de
palomas negras
que enmudece el caos
del tiempo
para vendernos una
infancia un cielo
quizá el coraje de una
nuez clandestina
Me duele justo en la
esquina donde amo.
Qué tarde para
respirarte.