Ay,
Teresa, qué lisas las manos que te lloran.
Demasiadas palabras con
forma de ataúd
largas de nieve largas de
penumbra en los huesos.
Quién pronunció tu
nombre como reflejo que no existe
Ella, ella es quien os
mira
-desde el murmullo de
un firmamento
que se extingue por
dulce-
no, no hay aroma en las
balas
sólo odio vacío
saliva metálica que no
suavizó ninguna lengua
manos que asoman como
pájaros aplastados.
No imaginéis guerra –a
pesar de la guerra-
ni crespones finísimos en
la cabeza que ya respiró,
imaginaos amor –a pesar
del amor-
desbrozad de vuestra
garganta el grito interminable
y surgirá un tiempo
desnudo de días,
la tierra será una idea
satisfecha que avanza
carne de estrella que –siempre besada-
nos tocará la frente con el súbito tornado
de una perla entre los
dientes.
Ay, Teresa, cuántos surcos
dejó la lluvia en ese nuestro rostro.
TERESA DE CALCUTA: No me llaméis para ir
a manifestaciones en contra de la guerra. Llamadme cuando hagáis manifestaciones
a favor de la paz.
FOTOGRAFÍA: ELIA VERANO