viernes, 16 de marzo de 2018

CYRANO DE BERGERAC




Acometer en estos tiempos el montaje de Cyrano de Bergerac, al margen de esos faraónicos proyectos de los Teatros Nacionales que juegan y despilfarran el dinero en funciones de escaso recorrido, es una osadía; en este caso, si me lo permiten, una bendita osadía. La magnitud de un clásico como Cyrano de Bergerac, solo cabe realizarla con dignidad y talento. Ambas premisas se ven cumplidas a la perfección. El montaje utiliza la sencillez para dar prioridad a la palabra, al verso, al teatro en definitiva.

 La dirección de Alberto Castrillo-Ferrer conduce a los actores a decir el verso con limpieza, sin estridencias, utilizando al público como confidente y amigo, y este se lo agradece entrando de lleno en la función desde el primer minuto. Ana Ruiz cumple en su inocencia. Álex Gadea, Rocío Calvo, Ricardo Joven, Joaquín Murillo y Nacho Rubio, están magníficos en sus respectivos y múltiples papeles, justos en el ademán que provoca la hilaridad, ambiciosos en sus escenas de lucimiento, humildes para dar luz al compañero cuando el foco recae en él, una compañía sobresaliente.

José Luis Gil (los amantes del teatro aplaudan al escuchar su nombre) es un gigante de la interpretación, quizá Edmond Rostand escribiera su Cyrano pensando en él, quizá todos debiéramos escribir pensando en él. DON JOSÉ LUIS GIL, (con mayúsculas y gritándolo) da una clase magistral de dos horas, bravucón, tierno, valiente, romántico, con un manejo de la palabra envidiable y sabiendo pisar el escenario como los elegidos. Su interpretación de Cyrano se basa en la sinceridad, huye de la soberbia del actor que pretende eclipsar al personaje para convertirse en el personaje, para ser Cyrano, nuestro Cyrano.

Sin embargo, la mayor alegría del estreno no fue solo disfrutar del gran trabajo de la compañía, sino ser conscientes de que José Luis Gil ha dado un paso al frente. Un paso irrenunciable para ofrecernos teatro de envergadura, sin artificios, donde la sencillez dé protagonismo a la palabra, y él, es el dueño de todas las palabras.

El teatro está de enhorabuena. No se la pierdan.